El viaje
Cuando cruzar estas arenas asoma,
cuando los pájaros
se sacuden un pavor fabricado de óxido,
cuando los ojos brillan
más que cinco mil soles vehementes,
debo olvidar
todas estas cruces de asfalto,
descubriendo, acaso inventando,
geografías,
como un niño felizmente revisitado,
enterrar los malditos relojes,
no tienen sentido
en esta estación de termómetros que suspiran,
pausa largamente invocada,
cada sinapsis
se demora por voluntad propia,
convertirse en espectador
de todas las pequeñas cosas, casi prodigiosas,
recuperando los sentidos,
malheridos por el humo y los metales
de una ciudad,
estudiar, con ansia interminable,
todos los colores de este mundo,
evasión
de emergencia, que alienta y descontamina.
De nuevo la ignición,
excepción en un hombre como yo,
poco habituado a equipajes y actos,
los viajeros
siempre son los otros,
los que, por ejemplo, han desafiado
aguas violentamente profundas y remotas
ambicionando leviatanes,
se puede arriesgar, superar,
el movimiento
posee el encanto de las improvisaciones,
lo que se escapa,
cansado de las mismas paredes
rebusco entre los rumbos posibles,
ensoñaciones aparte,
paraísos de clorofila y nubes que pasan
en los cuales naufragar,
deliberadamente,
alguien sugiere un rumbo desconocido,
viajar hacia territorios de erosión,
nada importante,
sin embargo, supone una argumentación
para mis todavía nerviosas potencias,
asimismo, existe un rostro
que debo enseguida corroborar.
De El viajero
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