La lluvia del licenciado

Tiernamente contra el cristal la melodía

de un cielo entre negro y gris,

cielo de sueños de tinta,

cielo de vieja máquina de escribir,

cielo que ha visto escaparse tantos años

como una delgada cortina de humo,

todas las lluvias de esos gigantes de tiempo

por un embudo.

Parece no haberse desincrustado del todo

mi confortable ancla,

no haber levantado el vuelo en libertad

mi incertidumbre de alas pesadas.

 

Posiblemente triste también es el cielo

sobre aquel jardín,

paraíso de complicidades graníticas,

refugio para peces de una tonalidad feliz.

En el silencio fluido

creo escuchar aquellos murmullos,

entre una selva de testimonios verticales,

entre extraños seres de un extraño mundo,

entre palabras de café.

Las letras despreciaban cada mañana

los problemas, sin su peso específico,

sin su esencia totalitaria y envenenada.

 

Desde la distancia de los años que pasan

creo observar aquel jardín,

aquellos habitantes fantásticos e inverosímiles,

como robados de un cuento infantil,

propio de la articulación de mentes de algodón.

Las ninfas de ojos profundos

jugaban con sus largos cabellos magnéticos,

cabellos de aire puro,

reían, susurraban música, callaban estrellas,

mientras una lánguida estatua inanimada

ostentaba afectadamente la corona de diosa,

helando espíritus con su sola mirada.

 

En esta noche cristalina y sugerente

Conozco la condena del fin,

condena de un punto y aparte anunciado,

irremediablemente ligada a nuestro devenir.

Absurdo, tentacular, vacío

es el monstruo de un probable futuro,

aunque mis amigas con nombre de letras

se apiadan de este vagabundo,

que desea abandonarse

a las suaves notas cadenciosas de una nana,

que desea sumergirse

en la soledad de las calles bañadas.

 

De La Edad de la lluvia

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